Dicen los del gobierno que las movilizaciones y paros regionales son parte de un complot de los nacionalistas para desestabilizar al régimen. Si tuvieran un poco de empatía con las necesidades del pueblo, podrían reconocer, sin embargo, que estas protestas tienen motivaciones más profundas y antiguas que ya se percibían en la campaña presidencial pasada y que García no ha sabido resolver. El presidente vive en la nebulosa de creer que el crecimiento económico de algunos pocos es suficiente para crear un clima de estabilidad y de buenaventura general. En su mundo todos somos felices sin importar que no vean nada de este apogeo los más humildes, que el trabajo y los salarios hayan disminuido y que aquellos que gozan de tenerlo estén sujetos a las perturbaciones en sus derechos laborales. El paraíso que García vende ha acentuado la frustración de los desposeídos de este sistema.
Ya no se puede vivir soñando que el pueblo no se va a dar cuenta de que hay plata, pero que es normal que no "la vean", ¿de qué vale crecer económicamente si la mayoría no lo siente ni puede disfrutar de la bonanza? Los siempre excluidos reclaman ahora ante la comprobación de que el "cambio responsable" no llegó nunca y no llegará si no toman al toro por las astas. Y actúan así porque al gobierno ya nadie le cree, sus ofrecimientos en los discursos y en los acuerdos que toma son desvirtuados pasado un tiempo, como sucedió con el acta de Tocache, pero también con las promesas electorales: libre desafiliación, eliminación de services, no al TLC, impuesto a las sobreganancias, etc. Esta falta de credibilidad ha provocado un menoscabo en la autoridad y en la ascendencia del gobierno ante la ciudadanía que lo debilita y lo deslegitima.
Las movilizaciones sociales evidencian la ineptitud y la imprevisión del gobierno pero, al mismo tiempo, revelan la inconformidad de un pueblo que no está dispuesto a seguir viviendo de una ilusión, ni a soportar más la indiferencia de una administración centralista que, a tan solo 9 meses de gobierno, ya viene cosechando tempestades.
Ya no se puede vivir soñando que el pueblo no se va a dar cuenta de que hay plata, pero que es normal que no "la vean", ¿de qué vale crecer económicamente si la mayoría no lo siente ni puede disfrutar de la bonanza? Los siempre excluidos reclaman ahora ante la comprobación de que el "cambio responsable" no llegó nunca y no llegará si no toman al toro por las astas. Y actúan así porque al gobierno ya nadie le cree, sus ofrecimientos en los discursos y en los acuerdos que toma son desvirtuados pasado un tiempo, como sucedió con el acta de Tocache, pero también con las promesas electorales: libre desafiliación, eliminación de services, no al TLC, impuesto a las sobreganancias, etc. Esta falta de credibilidad ha provocado un menoscabo en la autoridad y en la ascendencia del gobierno ante la ciudadanía que lo debilita y lo deslegitima.
Las movilizaciones sociales evidencian la ineptitud y la imprevisión del gobierno pero, al mismo tiempo, revelan la inconformidad de un pueblo que no está dispuesto a seguir viviendo de una ilusión, ni a soportar más la indiferencia de una administración centralista que, a tan solo 9 meses de gobierno, ya viene cosechando tempestades.
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