Vivimos una paradoja: pocas veces como ahora se ha hablado tanto de democracia y pocas veces, como ahora, las instituciones aparecen tan alejadas de los ciudadanos, de sus problemas y de sus proyectos de vida. Hoy la democracia en el Perú no va de la mano del pueblo y los conflictos sociales son percibidos como el resultado de la falta de rumbo de un gobierno que prefiere apuntalar sectores ya favorecidos a trabajar por la gran mayoría. Buen ejemplo es el TLC que el gobierno persigue para beneficiar a algunos sin reparar en lo perjudicial: Este TLC consiente la tala indiscriminada en nuestra amazonía y la contaminación de nuestro medio ambiente. Asimismo, permite la entrada de productos agrícolas subsidiados y prolonga el monopolio de las transnacionales farmacéuticas impidiendo la competencia de genéricos. El TLC, además, agrava la situación y los derechos laborales y censura las organizaciones sindicales bajo la presión del despido. En fin, con este tratado se acentúa la fractura social que en el Perú va unida a otras de carácter étnico y geográfico. Esto es lo que tenemos que aceptar en un país que se dice democrático y preocupado por el bienestar y el desarrollo.
Esta democracia tiene que vérselas, por tanto, con los límites que las políticas neoliberales han definido. ¿Cómo hacer coexistir libertades democráticas con Estados raquíticos; cómo combinar lucha contra la pobreza sin modificar una estructura económica y de poder cada vez más concentrada en una oligarquía dominada por las grandes empresas transnacionales; cómo hacer coexistir derechos democráticos con la exclusión de las grandes mayorías sociales? No es de extrañar que estas situaciones acaben provocando conflictos cada vez más agudos que manifiestan el sentimiento de hartazgo de los excluidos ante las políticas neoliberales del gobierno de turno.
Un gobierno que se alía con los intereses del gran capital, que es condescendiente con la corrupción, que mantiene un discurso demagógico y engañador y con sesgos autoritarios, no será capaz de realizar el cambio en democracia que al pueblo le urge.
Esta democracia tiene que vérselas, por tanto, con los límites que las políticas neoliberales han definido. ¿Cómo hacer coexistir libertades democráticas con Estados raquíticos; cómo combinar lucha contra la pobreza sin modificar una estructura económica y de poder cada vez más concentrada en una oligarquía dominada por las grandes empresas transnacionales; cómo hacer coexistir derechos democráticos con la exclusión de las grandes mayorías sociales? No es de extrañar que estas situaciones acaben provocando conflictos cada vez más agudos que manifiestan el sentimiento de hartazgo de los excluidos ante las políticas neoliberales del gobierno de turno.
Un gobierno que se alía con los intereses del gran capital, que es condescendiente con la corrupción, que mantiene un discurso demagógico y engañador y con sesgos autoritarios, no será capaz de realizar el cambio en democracia que al pueblo le urge.
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