Los cocaleros acaban de confiar en el gobierno la paralización de la violencia y el empadronamiento luego de una serie de protestas que tuvieron como colofón el bloqueo de carreteras como medio para ser escuchados. Para ellos está en juego, más que la continuidad de las plantaciones, una forma de supervivencia frente a la marginación que impone un sistema económico excluyente.
Lejos de chauvinismos, la hoja de coca no ha encontrado defensa alguna de nuestros gobiernos pese a que forma parte de una identidad originaria, es relegada en un país que intenta ser moderno y globalizado. Esta falta de identificación ha permitido la proscripción de la hoja en la ONU, frenando la investigación de sus propiedades. Pronto y seguro es que algún país proceda a patentar algún derivado, tal y como sucedió con el pisco, aunque éste goce de mayor aceptación.
Nos enfrentamos a un problema que lleva años tratándose como una cuestión delincuencial, porque así lo han presentado los cumpas del norte, sin que exista solución alguna para el narcotráfico ni para la enorme fractura social que genera. La "responsabilidad compartida" del Perú en el acuerdo de lucha antidrogas con EEUU ha generado sólo sentimientos culposos cuando en realidad no tiene asidero alguno. ¿O es que acaso tienen responsabilidad los países productores de plomo en la carrera armamentista o en el conflicto contra Irak?
Si se quiere actuar sin hipocresías hay que concentrarse en investigar y penalizar a los comercializadores de insumos químicos y organizadores del negocio de la droga antes que atacar a los cocaleros. La realidad comprueba que la erradicación no funciona, insistir en ello podría más bien levantar la sospecha de una presión norteamericana para justificar ciertas presencias (bases) periféricas.
La propuesta de cultivos alternativos aceptada por los cocaleros, debe ser rentable y puede serlo si Estados Unidos redirige su inversión monetaria en la comercialización de esos cultivos en el mercado gringo. No hay un problema de la hoja de coca, el problema es el narcotráfico, la droga. Y nosotros no somos consumidores, aunque en el costo social que genera siempre llevamos la peor parte. Piénselo.
Lejos de chauvinismos, la hoja de coca no ha encontrado defensa alguna de nuestros gobiernos pese a que forma parte de una identidad originaria, es relegada en un país que intenta ser moderno y globalizado. Esta falta de identificación ha permitido la proscripción de la hoja en la ONU, frenando la investigación de sus propiedades. Pronto y seguro es que algún país proceda a patentar algún derivado, tal y como sucedió con el pisco, aunque éste goce de mayor aceptación.
Nos enfrentamos a un problema que lleva años tratándose como una cuestión delincuencial, porque así lo han presentado los cumpas del norte, sin que exista solución alguna para el narcotráfico ni para la enorme fractura social que genera. La "responsabilidad compartida" del Perú en el acuerdo de lucha antidrogas con EEUU ha generado sólo sentimientos culposos cuando en realidad no tiene asidero alguno. ¿O es que acaso tienen responsabilidad los países productores de plomo en la carrera armamentista o en el conflicto contra Irak?
Si se quiere actuar sin hipocresías hay que concentrarse en investigar y penalizar a los comercializadores de insumos químicos y organizadores del negocio de la droga antes que atacar a los cocaleros. La realidad comprueba que la erradicación no funciona, insistir en ello podría más bien levantar la sospecha de una presión norteamericana para justificar ciertas presencias (bases) periféricas.
La propuesta de cultivos alternativos aceptada por los cocaleros, debe ser rentable y puede serlo si Estados Unidos redirige su inversión monetaria en la comercialización de esos cultivos en el mercado gringo. No hay un problema de la hoja de coca, el problema es el narcotráfico, la droga. Y nosotros no somos consumidores, aunque en el costo social que genera siempre llevamos la peor parte. Piénselo.
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