Una vez entré a Asia, la "capital turística del verano" durante la campaña electoral y me sorprendió escuchar que en ese lugar se discriminaba a las empleadas domésticas normando, verbalmente su comportamiento, como bañarse a determinadas horas en el mar, o peor aun conversar entre sí.
Pero Asia solo es el point, el icono de la exclusión, del racismo, por ahora. Es el lugar del cual se habla como si fuese el único espacio donde existe discriminación en el país.
No cerremos los ojos, la discriminación y la exclusión es pan de cada día. Se discrimina en el trabajo, en las escuelas, en los centros comerciales, en tu casa. Existen dos Perú paralelos que si bien ocupan el mismo territorio, respiran el mismo aire y son gobernados por los mismos políticos, no tienen nada que ver uno con el otro. La mayoría pobre no puede ocupar los ámbitos de la minoría rica, bien por autoexclusión generada por las propias condiciones sociales o bien porque se levantan barreras culturales y físicas, como los vigilantes que ponen tranqueras o los señores de casa que impiden que las empleadas se bañen en las playas antes del anochecer.
El tema de la exclusión es vasto, no se trata de un problema de playas, se trata de un problema de Estado. El gobierno sabe que el sistema económico neoliberal sostiene y alimenta la marginalidad y la fragmentación en el país y no lo quiere cambiar porque atenta contra sus compromisos adquiridos. En este sistema, un Perú sirve al otro, así como un mundo al otro, mal que nos pese. "La exclusión social garantiza mayores beneficios empresariales" esa es la máxima de las transnacionales, por eso ven a nuestros países como paraísos para la inversión: cuentan con materias primas y el "cholo" barato. El beneficio, obviamente, es enorme para ellos, pero se basa en mayorías que renuncian a derechos básicos, entre ellos a vivir en condiciones de igualdad en sus propios países.
Pero, aún así, si este gobierno se empecina en reproducir la exclusión afirmando el sistema económico con engaña-muchachos como el "aporte voluntario" de las mineras o el asistencialismo solitario del programa Sembrando. Al final, los programas sociales del gobierno son limosnas, y lo que menos necesita el país es la compasión hipócrita de sus gobernantes.
Pero Asia solo es el point, el icono de la exclusión, del racismo, por ahora. Es el lugar del cual se habla como si fuese el único espacio donde existe discriminación en el país.
No cerremos los ojos, la discriminación y la exclusión es pan de cada día. Se discrimina en el trabajo, en las escuelas, en los centros comerciales, en tu casa. Existen dos Perú paralelos que si bien ocupan el mismo territorio, respiran el mismo aire y son gobernados por los mismos políticos, no tienen nada que ver uno con el otro. La mayoría pobre no puede ocupar los ámbitos de la minoría rica, bien por autoexclusión generada por las propias condiciones sociales o bien porque se levantan barreras culturales y físicas, como los vigilantes que ponen tranqueras o los señores de casa que impiden que las empleadas se bañen en las playas antes del anochecer.
El tema de la exclusión es vasto, no se trata de un problema de playas, se trata de un problema de Estado. El gobierno sabe que el sistema económico neoliberal sostiene y alimenta la marginalidad y la fragmentación en el país y no lo quiere cambiar porque atenta contra sus compromisos adquiridos. En este sistema, un Perú sirve al otro, así como un mundo al otro, mal que nos pese. "La exclusión social garantiza mayores beneficios empresariales" esa es la máxima de las transnacionales, por eso ven a nuestros países como paraísos para la inversión: cuentan con materias primas y el "cholo" barato. El beneficio, obviamente, es enorme para ellos, pero se basa en mayorías que renuncian a derechos básicos, entre ellos a vivir en condiciones de igualdad en sus propios países.
Pero, aún así, si este gobierno se empecina en reproducir la exclusión afirmando el sistema económico con engaña-muchachos como el "aporte voluntario" de las mineras o el asistencialismo solitario del programa Sembrando. Al final, los programas sociales del gobierno son limosnas, y lo que menos necesita el país es la compasión hipócrita de sus gobernantes.
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